EL AUTOR EN LA OBRA
(publicada en AYA FANZIN)

     Astro Boy es un manga (como los japoneses llaman a la historieta) creada por Ozamu Tezuka (1928-1989) en 1951, bajo el nombre Tetswuam Atom. Si bien el comic japonés ya contaba con algunas décadas de existencia, Tezuka es considerado por muchos el padre del manga moderno, pues ya desde sus primeras creaciones (como La nueva isla del tesoro de 1947) es tomado como una influencia indiscutible para los mangakas (historietistas) que vendrían después. En 1963, Astro Boy se convierte en la primera serie japonesa animada para televisión.
     La historia es más o menos así: en el año 2003 (en un futuro hipertecnificado que ahora sería un presente paralelo), Tobio, el hijo del Doctor Tenma, muere en un accidente de transito. El padre, desesperado por la pérdida, no tiene mejor idea que construir un súper robot de última tecnología idéntico a su hijo en la apariencia. Al advertir con el tiempo que el nuevo Tobio no crecía como los niños normales, lo rechaza cruelmente y lo vende a un comerciante. El niño robot termina trabajando en un circo como atracción, hasta que lo encuentra el profesor Ochanomizu, quien lo educa y le enseña a manejar sus poderes. A partir de ahora se llamará Astro Boy.
     Los tres volúmenes editados hasta ahora en la Argentina nos traen las recopilaciones de 1975 que contienen unas breves introducciones en las que el autor en persona (mejor dicho en dibujo) nos presenta algunos capítulos. Dos de ellos son particularmente geniales: en “Su majestad Deadcross”, Astro debe proteger la gestión política del primer presidente robot de la historia, quien triunfó democráticamente en un país en que las mayorías están integradas por robots, cosa que no le gustó nada a un sector de la minoría humana que intenta boicotearlo constantemente.
     En “El tercer mago”, un mago desconocido secuestra a otro muy famoso (que además es robot) para adueñarse de algunos trucos con los cuales llevaría a cabo sus fechorías. En un momento en que la policía está completamente desorientada, trasciende la idea de un alto funcionario de bajar la calidad de inteligencia de los autómatas para prevenir conflictos similares en el futuro, lo que proboca la reacción de las masas populares robóticas que salen a las calles con pancartas para reclamar por sus inteligencias y sus derechos.
     Pero más allá de la originalidad y vigencia de las tramas argumentales, las introducciones agregadas en 1975 contienen una densidad de recursos deslumbrante. En ellas, el mismísimo Tezuka se dirige a los lectores; cuenta anécdotas sobre las primeras ediciones; se queja de la censura que sufrió la serie animada en occidente, de la política exterior estadounidense; duda sobre la utilidad del progreso científico (tomado en su conjunto); reflexiona sobre la historieta en general y se maravilla de que algunas escenas de violencia que en los 50s resultaban chocantes, treinta años más tarde eran recibidas con la mayor naturalidad. Dentro de los capítulos tampoco se priva de jugar con elementos formales del genero y del discurso: un personaje choca la nariz contra el borde del cuadro, otro esconde objetos detrás de la viñeta, el profesor Ochanomizu aparece de la nada y (rompiendo con toda lógica realista) explica que por ser él uno de los personajes principales, si no aparece los fans se quejarán.
     Volviendo a “Su majestad Deadcross”, en la Argentina hubo un gobierno derrocado y un partido político proscrito durante casi veinte años (que representaba a un amplio sector de la sociedad). Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, es la obra de un autor genial que incluyó elementos de la realidad en su obra, para ayudar a reflexionar sobre la historia, el presente y la vida.

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