DEJANDO
ATRÁS LOS VÍNCULOS DE MIERDA: EL MUNDO FRENTE A MÍ
(publicada en AYA FANZIN)
Free
cinema
La década del ’60 fue una época muy
particular para la historia del cine. A lo largo de todo el mundo surgieron
movimientos de ruptura, por un lado, contra el cine clásico, representado
principalmente por Hollywood, por
otro lado, contra las cinematografías propias de cada país, alineadas en mayor
o menor medida bajo los preceptos del clasicismo, la tradición de la calidad y
la industria. Luego del neorrealismo italiano, surgido en la segunda posguerra,
ya nada volvería a ser lo mismo. En el año 1959, con Los cuatrocientos golpes (F. Truffaut, 1959) queda inaugurada la Nouvelle Vague en Francia, el
más conocido de todos estos movimientos. Mucho menos difundido comparativamente
fue el Free Cinema inglés, igualmente
importante que el anterior y con muchos puntos en común, como las influencias
del neorrealismo, el enfrentamiento al cine de calidad y las políticas de apoyo
estatal de la que se beneficiaron.
Entre los rasgos particulares que
caracterizan al Free Cinema, en líneas
generales, están la fuerte crítica social, (que también tiene la Nouvelle Vague pero en menor
medida) y el haberse nutrido de la importante vanguardia teatral de la que tomó
autores, actores y directores.
La
soledad del corredor de fondo
En nuestra familia siempre
hemos corrido. Especialmente para huir de la policía. Es difícil de entender.
Solo se que hay que correr. Sin saber porqué, por el campo y el bosque. Y ser
el ganador no es el final. Aunque la gente anime hasta quedarse tonta. Así es
la soledad del corredor de fondo.
El
mundo frente a mí (The loneliness of
the long distance runner, Tony Richardson, 1962) también conocida como La soledad del corredor de fondo, es una
de las principales obras del Free Cinema
y del cine británico. La acción arranca en el punto en que un adolescente
(Smith) es llevado a un reformatorio. Allí debe someterse a la estricta
disciplina de trabajos y deportes. El director descubre rápidamente sus dotes
para el atletismo y lo elige para que represente al reformatorio (Ruxton
Towers) en una competencia contra un colegio privado, que considera de máxima
importancia para la institución. Smith decide colaborar: entrena duro, mejora
su comportamiento, finge ser un buen muchacho y se va ganando la confianza del
director.
Por medio de flash backs conocemos la vida del protagonista hasta ser atrapado:
roba un auto junto a un amigo y se levantan las dos chicas que serán sus
novias. Muere su padre, de una enfermedad aparentemente causada por su trabajo,
su madre (con la que no se lleva muy bien) trae a la casa a su amante (con
quién se lleva aún peor). La vida se va tornando gris y sin sentido: lo que más
fastidia al chico es la perspectiva de trabajar para enriquecer a otro y
terminar como su padre. Una noche, vagueando con su amigo encuentran la ventana
avienta de una panadería. Roba una caja con plata. Al tiempo, la policía lo
considera sospechoso y no le quita los ojos de encima hasta que da con el
botín. El resto es conocido.
Una de las principales características de
las cinematografías de los ’60, es la de poner en evidencia la ficción y el
dispositivo técnico (contrariamente al cine clásico que busca la
“transparencia” al máximo). En El mundo…
hay partes en que el movimiento se acelera: cuando se desvisten para ponerse
los uniformes, cuando los dos amigos se suben al auto robado, cuando silencian
el televisor en el momento en que un político da un discurso de lo más
autoritario y fascista: el efecto ridiculiza. El momento en que la familia sale
de compras con el dinero de la indemnización está mostrado como si fuera una
publicidad televisiva.
Estos recursos enriquecen el relato, lo
“abren” para que el espectador saque sus propias conclusiones. Como los juegos
de alternancias que hace el montaje entre dos o más escenas. En el primer flash back, el barrio de Smith se
confunde con el reformatorio, solo después de unos segundos advertimos que es
otro lugar y otro tiempo. La secuencia de la varieté que dan en al Ruxton para
entretener a los internos (un espectáculo patético con un imitador de pájaros,
dos tristes cantantes de ópera y un cura dando un sermón) termina con los
muchachos entonando un himno, momento que se alterna con las imágenes de la
golpiza que recibe un interno recapturado. En la secuencia final, las peores
escenas de la vida del protagonista se mezclan vertiginosamente con las
imágenes de la carrera, en un clímax in
crescendo que se resuelve cuando el “vencedor” llega a la meta. El maltrato
de la policía, la muerte se su padre, las discusiones con la madre, el
irritante interrogatorio del psicólogo, las ridículas propagandas de
televisión, las peleas con la pareja de la madre, las cretinadas del director:
“Es nuestra política llevar a un chico a una situación difícil y observar su
reacción. Al presionarle se sabe cuanto vale”, “Mi obsesión es que gane el
trofeo para todos nosotros”, toda la gente gritando enloquecida en la meta… Es
el momento justo para dar el golpe. Y lo da. Contrariamente a los héroes de
otras películas del género, Smith es una víctima que responde, que se cobra su
venganza aunque ello signifique algunas semanas más de reclusión. La obra
concluye con un fragmento el himno entonado:
Tráeme mi carro de fuego. No
cejaré en mi lucha mental, ni nunca mi espada dormirá en mi mano, hasta que
hallamos levantado Jerusalem en la verde y placentera tierra de Inglaterra.
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